Como aceite hirviendo que resbala por esa piel húmeda y erizado se te van poniendo el vello, cuando te detienes y ves tanta desgracia a tu alrededor, cuando vemos a esos niños, negros como el carbón y te miran con dos piedras de azabache que tienen por ojos desbocados y tristes como alma que lleva el diablo. Pero para esos niños, ¿no dicen que existe Dios?
Niños y niñas que quisieras a todos abrazarlos y ayudarlos, darles ternura, pues amarguras ya tienen y la tienen a raudales, pero pobres criaturas que se les ven tan pobres, tan indefensos, y con sus mocos colgando llenos de amargura, pero quien les puede desear tanto mal, quien se atrevería a quitarles tanta cordura, que los miras y tienen todos ojos de locura.
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